El sol empieza a calentar en exceso el empedrado del camino, la vida interior de los patios se traslada al incesante movimiento de las calles, los vientos llevan olores desde los jardines del Generalife y Sierra Nevada hasta las casas árabes del Albaicín granadino, por el camino el pequeño Hassan descubre a cada paso nuevas sensaciones, sus sentidos se confunden con todos esos descubrimientos pero la grandeza de aquella fortaleza se distingue entre todos.
La cuesta de los chinos con sus pendientes pronunciadas y su piso empedrado empiezan a hacer mella en sus piernas pero la visión de la Alhambra, cada vez más majestuosa, le hace seguir haciendo caso omiso de las advertencias de su madre. Su vista se pierde entre las almenaras de las murallas, así como su imaginación que empieza a desconectar de la realidad que va dejando atrás cada vez que se acerca un poco más a su objetivo, se siente observado por decenas de ojos sin saber a ciencia cierta lo que aquellas paredes guardan, recorre el cauce de un riachuelo paralelo a los muros ayudándole en su esfuerzo el pensar que descubrirá su origen a los pies de las torres que guardan aquel lugar.
Su camino termina y la torre de Armas se alza delante de él, permitiéndole la entrada dejando atrás aquel guía que le acompañó en sentidos diferentes. Sin perder de vista aquella construcción que tanto lo impresiona, visita a sus familiares que trabajan en la medina acentuando cada vez más su curiosidad que no se ve distraída por el ruido de los zocos ni por la belleza de los palacios, Hassan quiere descubrir aquellas vistas que lo protegen desde lo más alto de la ciudad.
Cruzando la puerta del Vino, al otro lado de aquella explanada donde se reúnen todos los moradores de la medina llega a la Alcazaba. Al entrar, sus ojos observan a su alrededor una nueva ciudad, donde descansan los guardianes de la ciudadela, pero su vista se detiene en las mazmorras donde sus misterios le sobrecogen y alimentan su interés. Una nueva visión le deja perplejo, ante él la torre de la Vela, el observatorio privilegiado de Granada, desde donde poder contemplar la magnitud y belleza de su ciudad.
Subiendo las escaleras de la torre, el paisaje que tiene ante él desborda a su imaginación, detrás le protegen las montañas y en frente entre las calles de la ciudad puede distinguir la catedral, las cuevas del Sacromonte, las calles estrechas custodiadas de casas blancas de su barrio del Albaicín… el pequeño Hassan sueña despierto recreando las guerras que hicieron levantar semejante fortaleza, por las que sus antepasados fueron expulsados de tan bella ciudad. Hace más de quinientos años la sangre corría por esta ciudad como ahora lo hace por las tierras del sur del Líbano, por mucho que imagine este niño no podrá alcanzar a la crudeza de la realidad que sufren miles de niños como él bajo las bombas del ejército de Israel.
Las guerras, aún en la imaginación de un niño, causan estragos que la razón humana jamás será capaz de entender.
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